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Redacción: Luis Daniel Londoño. prensa@emisoramariana.org
En la homilía de la santa Misa de clausura del Sínodo de los obispos, el Papa Francisco centró su atención en el evangelio de san Lucas, más exactamente, en la oración del fariseo y el publicano. Dos formas distintas de orar con intenciones contrarias.
La oración del fariseo
En cuanto a la oración del fariseo, el Papa ve con buenos ojos la primera parte en la que agradece a Dios, pero luego se detiene en la intención de fondo de este personaje que, se cree el más cumplidor de la ley, pero le falta algo, no es capaz de reconocer a su prójimo: «El drama de este hombre es que no tiene amor. Pero, como dice san Pablo, incluso lo mejor, sin amor, no sirve de nada (cf. 1 Co 13). Y sin amor, ¿cuál es el resultado? Que al final, más que rezar, se elogia a sí mismo. De hecho, no le pide nada al Señor, porque no siente que tiene necesidad o que debe algo, sino que cree que se le debe a él. Está en el templo de Dios, pero practica otra religión, la religión del yo. Y tantos grupos “ilustrados”, “cristianos católicos”, van por este camino».

La realidad de la Amazonía
De igual manera, el Papa traslada la oración del fariseo, centrada en la religión del yo, a lo que puso al descubierto el sínodo de la Amazonía: «¡Cuánta presunta superioridad que, también hoy se convierte en opresión y explotación –lo hemos visto en el Sínodo cuando hablábamos de la explotación de la creación, de la gente, de los habitantes de la Amazonía, de la trata de personas, del comercio de las personas! Los errores del pasado no han bastado para dejar de expoliar y causar heridas a nuestros hermanos y a nuestra hermana tierra: lo hemos visto en el rostro desfigurado de la Amazonia. La religión del yo sigue, hipócrita con sus ritos y “oraciones” –tantos son católicos, se confiesan católicos, pero se han olvidado de ser cristianos y humanos».

La oración del publicano
El publicano, contrario a lo que ocurre con el fariseo, ora desde el corazón y expresa la necesidad de Dios, es humilde: «Somos un poco publicanos, por pecadores, y un poco fariseos, por presuntuosos, capaces de justificarnos a nosotros mismos, campeones en justificarnos deliberadamente. Con los demás, a menudo funciona, pero con Dios no. Con Dios el maquillaje no funciona. Recemos para pedir la gracia de sentirnos necesitados de misericordia, interiormente pobres. También para eso nos hace bien estar a menudo con los pobres, para recordarnos que somos pobres, para recordarnos que sólo en un clima de pobreza interior actúa la salvación de Dios».

Estar con los pobres y escuchar su voz
Finalmente, el Papa hace un llamado apremiante a escuchar la voz de los pobres y a través de ellos llegar a Dios: «Mientras la oración de quien presume ser justo se queda en la tierra, aplastada por la fuerza de gravedad del egoísmo, la del pobre sube directamente hacia Dios. El sentido de la fe del Pueblo de Dios ha visto en los pobres “los porteros del cielo”: ese sensus fidei que faltaba en la declaración [del fariseo]. Ellos son los que nos abrirán, o no, las puertas de la vida eterna; precisamente ellos que no se han considerado como dueños en esta vida, que no se han puesto a sí mismos antes que a los demás, que han puesto sólo en Dios su propia riqueza. Ellos son iconos vivos de la profecía cristiana».

El santo Padre resalta el compromiso de escuchar a los pobres, a los más necesitados: «Y cuántas veces, también en la Iglesia, las voces de los pobres no se escuchan, e incluso son objeto de burlas o son silenciadas por incómodas. Recemos para pedir la gracia de saber escuchar el grito de los pobres: es el grito de esperanza de la Iglesia. El grito de los pobres es el grito de esperanza de la Iglesia. Haciendo nuestro su grito, también nuestra oración, estamos seguros, atravesará las nubes».