Imagen: Camila Mestra
Por: Camila Andrea Mestra Correa.
La hermana Celina de la Eucaristía es la Madre Superiora del monasterio de Santa Clara en Bogotá. Ella usa gafas, es bajita, y su rostro da cuenta de los años que la han configurado en dulzura y sabiduría. Ya cumplió las bodas de oro desde su consagración como religiosa clarisa. Llegó desde Nocaima a Bogotá con 15 años e ingresó a la comunidad en 1968. Según ella misma dijo ha sido muy feliz desde el primer día.
-“Nunca he tenido un solo día de tristeza aquí en el convento…bueno, solo una vez, pero fue porque cuando ingresé no teníamos luz eléctrica, pero ya después el Señor hizo que se me quitara la bobada”.
Por otro lado, la hermana María Fernanda de Jesús Misericordioso es bogotana de nacimiento, alta, jovial, y de una brillante y amplia sonrisa que transmite alegría. Ingresó a la comunidad a comienzos del 2000 con 18 años y lleva 21 años de consagrada.
- “Mi formación espiritual empezó con mi mamita. Ella nos llevaba a la misa en la iglesia de San Francisco en el centro y subíamos Monserrate. Recuerdo que a los 16 tenía un anhelo profundo de servirle a la iglesia. Una vez vi a las hermanas Clarisas en mi parroquia y cuando las vi dije: esto es lo que yo quiero, esto es lo mío”.
A estas dos mujeres el Señor las llamó a Amar, pero de una manera distinta. Ambas lo sintieron puntualmente como un llamado a ser religiosas de clausura. Y es que para ellas la vocación es un DON, un regalo que Dios propone a una persona y esta decide si aceptarlo o no. Al tratarse de un don, el mismo Dios, mediante un proceso de discernimiento y de oración, va respondiendo al verdadero anhelo del corazón y va dando lo necesario para vivir ese llamado. La mejor manera de saber si se está en la vocación correcta es evaluar el grado de plenitud y felicidad que hay en el interior.
Sin lugar a dudas, y mientras converso con las hermanas, más me convenzo de que Santa Clara de Asís fue una mujer radical y valiente. Prueba de ello es como inició su vida en Dios, pues el mismo domingo de ramos en el que recibió durante la misa una palma por parte del obispo como señal de que se iba a consagrar al Señor, tomó la decisión de escaparse a media noche de su casa por la puerta de los muertos, para jamás volver a su antigua vida de comodidades.
Durante la época medieval en la que vivió Santa Clara existía una distinción entre 1) las religiosas nobles, que provenían de familias adineradas y entraban con posesiones a los monasterios, y 2) las religiosas “legas”, que eran de escasos recursos, pero Santa Clara como fundadora de la comunidad nunca hizo distinción alguna entre clases, solo vio mujeres que querían esa misma vida que llevaba ella. Todas eran acogidas y todas vivirían siempre bajo los 4 pilares fundamentales: Obediencia, Castidad, Pobreza y Claustro.
A su vez, la Santa fue la primera mujer religiosa en la historia que redactó por sí misma la regla de su comunidad, la presentó ante el Papa quien la aprobó oficialmente antes de que ella falleciera, y, hasta la actualidad, se sigue conservando la misma regla original para todos los monasterios del mundo.
Esto es lo que en esencia hace diferente una comunidad Clarisa de cualquier otra comunidad, que tienen una regla propia y, adicionalmente, se soporta en 2 aspectos poco comunes para la época: la pobreza, que siempre las ha despojado de bienes materiales como propiedades o riquezas para vivir verdaderamente de la Divina Providencia, y la clausura, una forma de renunciar al mundo para estar todo el tiempo a los pies de Jesús.
En efecto, para ellas Santa Clara no es solo su fundadora, sino que es una madre que las ha acogido, una maestra de la vida espiritual que tanto aman. Y San Francisco es un padre, un poeta, un hombre que pudo volverse en vida propia otro Cristo. Esta relación entre Santos se ve concretamente en la Fraternidad que viven las clarisas con los hermanos franciscanos, quienes van a visitarlas y a compartir con ellas la vida consagrada. Ellos son la rama activa, ellas son la rama contemplativa, y ambas ramas hacen parte de ese árbol que tiene como raíz a Cristo. Se necesitan, se complementan para dar fruto en el jardín de la iglesia.

La conversación está a punto de concluir por tanto me surge preguntarles:
- ¿Qué mensaje creen que podría dar Santa Clara a estas nuevas generaciones?
- El mundo nos muestra muchas opciones, pero todo eso es caduco. Es lindo ver en Santa Clara ese desprendimiento de lo que es temporal. Clara también tiene muchos valores que ofrecer para que las sociedades vuelvan a ser humanísticas. Esto es una invitación a que los jóvenes no tengan miedo y se atrevan a acercarse al evangelio, porque, lo que perdura, la felicidad, la verdadera plenitud es tener a Jesús.
Llega el final del encuentro y nos despedimos con una gran sonrisa, no sin antes invitarme al día más importante para la comunidad, el día de fiesta. Ese 11 de agosto de cada año en el que los hermanos franciscanos y las hermanas clarisas de cada lugar del mundo se reúnen en torno al memorial del nacimiento para el cielo de Santa Clara de Asís.
Al salir son las 5 de la tarde.
En 2 horas me han resumido la historia de toda una comunidad, y llego a la conclusión de que una obra que ha perdurado por 8 siglos sólo se sostiene por un Amor más grande. Ese que las invita a vivirlo a un nivel de libertad superior al del mundo, y a lo que este puede entender por libertad.

Las Clarisas no eligen esa vocación para ser indiferentes, sino que renuncian a todo para tener un corazón más abierto, más libre de amar, y más sensible como el de Cristo que se conduele por los que están afuera. Cada una de ellas es como esa madre que con tanto sufrimiento, desde el silencio, siente la necesidad de su hijo como propia, y postrada, eleva una plegaria al cielo por él, con el único anhelo de interceder por su bienestar.