Imagen tomada de cathopic.com

Luis Daniel Londoño. prensa@emisoramariana.org

La cuaresma, como su nombre lo indica, nos ofrece cuarenta días de preparación para el reencuentro con el Dios de la vida, en la solemnidad de la Pascua. Es un tiempo para recuperar la alegría perdida, porque en muchas ocasiones hemos cerrado la puerta del corazón a la acción de Dios.

Como el pueblo de Israel marchó durante cuarenta años por el desierto para ingresar a la tierra prometida, la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, también se prepara durante cuarenta días para celebrar la Pascua del Señor. Preparación nada fácil, porque como a Jesús, le aparecen muchas tentaciones, que ponen a prueba su fidelidad y su misión.

Desde el miércoles de ceniza, la Palabra de Dios va iluminando este tiempo de reconciliación y armonía. En el camino cuaresmal podemos usar algunas herramientas que nos ayudarán a encontrar en Cristo sufriente, el sentido de la existencia humana: ayuno, caridad (limosna) y oración.

El ayuno no es sólo de la comida o la bebida, sino también de nuestro egoísmo, vanidad, orgullo, odio, pereza, murmuraciones, malos deseos, venganza, impureza, ira, envidia, rencor, injusticia, insensibilidad ante las miserias y necesidades del prójimo.

La limosna no se agota en lo material o en dar una simple moneda, se trata de brindar ayuda a quien la requiera, enseñar al que no sabe, dar un buen consejo a quien lo pide, compartir alegrías, ofrecer nuestro perdón a quien nos ha ofendido.

La oración es el puente de continua conexión con Dios; a través de ella, Dios va cambiando nuestro corazón, lo hace más puro, más comprensivo, más generoso. La oración es una fuente de amor y nos impulsa a cambiar en nuestra vida aquello que no nos permite ser felices.  

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La duración de este tiempo litúrgico tiene como referencia el significado del número cuarenta en la Biblia: cuarenta días del diluvio, cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, y los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública.

En la celebración de la Eucaristía se hacen algunos cambios importantes. El color litúrgico en este tiempo es morado, que significa penitencia. Se suprime el Gloria y el Aleluya, que serán de nuevo proclamados en la noche de Pascua. Los cantos conservan un sentido penitencial.

Estos cambios son producto de la sobriedad que se debe experimentar durante este tiempo, pero no quiere decir que tengamos que estar tristes o melancólicos, al contrario, es un tiempo maravilloso para reencontrarnos con Dios y hacer de nuestra vida un lugar digno de su presencia.

En el mensaje del santo Padre sobre la cuaresma 2022, se nos dice: “La Cuaresma es un tiempo propicio para contrarrestar todas las insidias y cultivar, en cambio, una comunicación humana más integral”.

Y san Agustín, expresa: “Entreguémonos con fervor a estos dos modos de limosna: el dar y el perdonar, nosotros que pedimos al Señor que nos otorgue sus bienes y no nos pida cuenta de nuestros males” (Sermón 206, 2).

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Por Luis Daniel Londoño Silva

Máster en Violencia Doméstica y de Género. Licenciado en teología, escritor y comunicador.

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