Por: Juan Sebastián Méndez Hincapié
La interculturalidad es un término que está sujeto a diversos conceptos y variables como el ámbito político, económico, educativo, social, etc. y en ocasiones es definido escasamente como la simple relación entre culturas. Es importante entender que, más que una sencilla interacción entre grupos, comunidades y pensamientos culturales, promueve y posibilita la inclusión e incorporación de los tradicionalmente excluidos en un sistema que aun, hoy en día, es eurocéntrico y colonial.
Existe una ordenación del mundo que ha consolidado con el paso del tiempo una visión única y válida que se establece dentro del marco del desarrollo y el conocimiento, es decir, desde la escuela han orientado nuestra perspectiva de la vida y nuestra visión de lo que conocemos en el sistema actual. Las palabras de Eduardo Galeano revelan lo siguiente:
“La línea del ecuador no atraviesa por la mitad el mapamundi que aprendimos en la escuela. Hace más de medio siglo, el investigador alemán Arno Peters advirtió esto que todos habían mirado, pero nadie había visto: el rey de la geografía estaba desnudo. El mapamundi que nos enseñaron otorga dos tercios al Norte y un tercio al Sur. Europa es, en el mapa, más extensa que América Latina, aunque en realidad América Latina duplica la superficie de Europa. La India parece más pequeña que Escandinavia, aunque es tres veces mayor. Estados Unidos y Canadá ocupan, en el mapa, más espacio que África, y en la realidad apenas llegan a las dos terceras partes del territorio africano. El mapa miente. La geografía tradicional roba el espacio, como la economía imperial roba la riqueza, la historia oficial roba la memoria y la cultura formal roba la palabra.”
De hecho, el conocimiento está marcado históricamente y tiene, según Catherine Walsh, valor, color y lugar de origen. Un claro ejemplo está en el pensamiento del filósofo alemán Immanuel Kant, quien argumentaba que la única raza capaz del progreso era la raza blanca europea. Este pensamiento le dio al conocimiento y al desarrollo no solo un lugar (Europa), sino también un color (la raza blanca) y categorizó a las razas negra y roja en el punto más bajo del desarrollo y la intelectualidad.

Es así como, según el sociólogo peruano Aníbal Quijano, los patrones de la colonia “hoy en día perduran, basados en una jerarquía racial y en la formación y distribución de identidades sociales (blancos, mestizos, etc.), que borran las diferencias históricas, culturales y lingüísticas de los pueblos indígenas y de origen africano y las convierten en las identidades comunes y negativas de “indios y negros”” (Walsh, 2005). De esta manera se van descartando los saberes ancestrales y autóctonos que tienen los pueblos indígenas y afrodescendientes y, a su vez, consolida al pensamiento eurocéntrico como única perspectiva valida del conocimiento y el progreso.
La interculturalidad debe dirigir sus esfuerzos en cambiar las estructuras actuales y las instituciones educativas y sociales con el objetivo de adaptar poderes alternativos locales que transmuten a una sociedad pluricultural. Un ejemplo claro se puede evidenciar en Ecuador, puesto que diversas comunidades indígenas han intervenido sociopolíticamente, con el fin de transformar el modelo educativo actual y edificar una interrelación entre los saberes originarios o autóctonos y los conocimientos occidentales actualmente establecidos. Este modelo va un paso adelante del modelo bilingüe tradicional, puesto que no solo se limita al estudio de la cultura y el lenguaje, sino que entra en el campo del saber.
La importancia de incluir estos conocimientos ancestrales y autóctonos provenientes de las regiones más olvidadas por el Estado radica en la contribución de pueblos indígenas que, desde sus saberes, combaten, por ejemplo, problemáticas medioambientales que hemos heredado de las devastadoras prácticas geopolíticas y coloniales que aún dominan el sistema. Es necesario entender que, en nombre del desarrollo, la cultura dominante ha causado daños al medio ambiente bastante trágicos. Un ejemplo claro es la desaparición de los pueblos amazónicos: Tetetes y Sansahauris, entre 1960 y 1990, debido a la explotación de petróleo por parte de Texaco-Chevron.
No se trata de cambiar o borrar las formas de pensamiento que actualmente tenemos en nuestra sociedad, se trata, por el contrario, de contribuir con el fortalecimiento cognitivo, social y cultural, incorporando el conocimiento ancestral y los saberes autóctonos de las comunidades y pueblos tradicionalmente excluidos en las actuales institucionales y estructuras educativas, con el objetivo de impulsar, desde sus propias raíces, el desarrollo de las naciones categorizadas del “tercer mundo”.