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“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús.
Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del
aislamiento” (Papa Francisco)
A modo de preámbulo
No lo dudes, la alegría es posible. La alegría es una conquista permanente en la que la persona descubre que existe la posibilidad de mirar más allá de lo común y con un sentido profundo, el trasegar de la existencia cotidiana.
Aunque tradicionalmente se ha definido la alegría como un “estado de ánimo”, sin embargo, ésta se no agota en el escenario de lo psicológico, sino que envuelve al ser humano en todas sus dimensiones.
Por eso, hablar de alegría es hacer referencia a la vida misma, vivida en la dimensión del gozo, del bienestar, del crecimiento espiritual, de la plenitud, de la conquista de los sueños, de la superación de pruebas y fracasos, de contradicciones y adversidades.
La madre Teresa de Calcuta expresaba algo muy bello: “La alegría es oración, la señal de nuestra generosidad, de nuestro desprendimiento y de nuestra unión interior con Dios…”. Incluso, la misma santidad es definida como un estado permanente de alegría. La vida cristiana es proyección de la alegría y la sonrisa de Dios.
Con base en la Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium” o «La Alegría del Evangelio», del Papa Francisco, les ofrecemos cinco claves para vivir y comunicar la alegría en un mundo triste.
1. La alegría es encuentro con Jesús
Cuando la alegría es encuentro, se pasa de un simple estado de ánimo a una experiencia maravillosa del gozo de Dios, que transforma la vida: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús (Evangelii Gaudium, 1).

Para encontrarse con Él, se hace necesario pasar de una fe funcional, emocional, a una fe asumida como proyecto de vida. Es así como se puede experimentar la alegría y comunicarla de tal forma que contagie al mundo del amor de Dios. Un católico feliz, alegre, es un gran evangelizador. Es alguien que le aporta
al mundo el asombro y el encanto del Creador. Un católico triste, decía un santo, es un triste católico.
2. La alegría es liberación
La alegría, según el Papa Francisco, despierta en el seguidor de Jesús un proceso dinámico de liberación que toca lo más íntimo de la existencia humana: “Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento” (Evangelii Gaudium, 1).
Hagamos énfasis en algunos aspectos: Libera del pecado, es decir, de todo lo que niega nuestra propia dignidad de hijos de Dios; de la tristeza, o sea de una vida encerrada en sí misma y sin ningún horizonte; del vacío interior que nos lleva a experimentar aislamiento y lo peor, desesperanza. Por tanto, respirar la alegría de Dios, es asumir de manera cotidiana, en lo sencillo de la vida, esa experiencia de liberación, de soltar esas ataduras que producen miedo y que nos inmovilizan.
3. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría
El punto de referencia permanente para que no se nos agote la alegría, es Jesucristo. Caminar de su mano es garantizar el gozo de una vida digna. Al respecto, nos dice el Sumo Pontífice: “Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría” (Evangelii Gaudium, 3).
4. La alegría se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida
Vivir alegre no es sinónimo de placer desenfrenado o de rumba sin límites, de pensar que la alegría y la felicidad son sueños inalcanzables o que el bienestar material es la meta para ser pleno y feliz.
En la Exhortación Apostólica, el Papa afirma: “Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta, pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: «Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha […] Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad!” (Evangelii Gaudium, 6). Jamás hay que dejarse abatir por el dolor o el sufrimiento, los tiempos de la alegría, como los tiempos de Dios, son perfectos y oportunos.
5. Quién encuentra la alegría, la transmite
La fuerza de la alegría que viene de Dios es tan grande, que no le permite al seguidor de Jesús quedarse callado o inoperante. El mundo, la sociedad, la familia, el lugar de trabajo, la calle, donde quiera que un
católico se encuentre, es un campo oportuno para compartir, con nuestra forma de ser, de pensar, de hablar, de buscar, el tesoro inagotable de la alegría.

En relación con esta quinta clave, nos dice el Papa Francisco: “El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás.
Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla. Por eso, quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien” ((Evangelii Gaudium, 9).
La alegría es un reto para valientes en un mundo triste y que está siendo abatido por la guerra, la pobreza, el desmoronamiento de los valores y esa deshumanización galopante que somete a las personas a las más grandes esclavitudes.
¿Quieres formar parte de aquellos que, contagiados de la alegría de Dios,
la comparten en un mundo triste?