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“Los enfermos son la pupila y el corazón de Dios” – San Camilo de Lelis
La enfermedad no se puede considerar como un castigo, la enfermedad forma parte de la condición humana. Infortunadamente, existen algunas tendencias fundamentalistas que, acomodando el texto bíblico, sobre todo, del Antiguo Testamento, consideran la enfermedad como un castigo divino.
Esta visión ha creado zozobra y desesperación en muchas personas, a tal punto que, exacerba sentimientos de culpa que agudizan más la enfermedad, hasta producir de forma acelerada la muerte, e incluso, el suicidio.
Esta tendencia es errónea; si recurrimos a la actitud de Jesús con el enfermo; la enfermedad y la sanación de los pecados iban tan unidas que, cada curación y cada milagro, eran motivo de fiesta, liberación, gratitud y compromiso.
En el evangelio, Jesús jamás recrimina a una persona por su enfermedad, ni mucho menos le da a entender que la dolencia que padece es por haber pecado. Él, al contrario, se acerca al enfermo y con su gracia lo sana, así lo testimonia san Mateo: “Jesús recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas nuevas del reino, y sanando toda enfermedad y dolencia entre la gente. Su fama se extendió por toda Siria, y le llevaban todos los que padecían de diversas enfermedades, los que sufrían de dolores graves, los endemoniados, los epilépticos y los paralíticos, y él los sanaba” (Mt. 4,23-25).
Es muy peligroso afirmar que la enfermedad es un castigo, porque estaríamos negando lo que es el corazón y la esencia del obrar de Dios: su misericordia infinita, su poder liberador y sanador.
En el mensaje del Papa Francisco con motivo de la XXXI Jornada de oración por los enfermos, encontramos algunas claves para asumir la enfermedad y el sufrimiento, desde una mirada de comunidad que ejerce la miseridordia.

La enfermedad forma parte de nuestra experiencia humana
Esta es una afirmación clave para aprender a asumir la enfermedad, porque invita a quitar el prejuicio de que es un castigo divino. Además, el Papa afirma: “Pero, si se vive en el aislamiento y en el abandono, si no va acompañada del cuidado y de la compasión, puede llegar a ser inhumana”.
En esta primera clave hay dos aspectos que se deben resaltar. Uno de ellos es el de despertar la solidaridad con el enfermo y la otra, que el enfermo también debe poner de su parte para dejarse acompañar.
Ante la enfermedad, fraternidad
Esta segunda clave apela a la misericordia. El Sumo Pontífice toma como punto de referencia la parábola del buen samaritano y expresa: “El tercero, en cambio, un samaritano, objeto de desprecio, sintió compasión y se hizo cargo de aquel forastero en el camino, tratándolo como a un hermano. Obrando de ese modo, sin siquiera pensarlo, cambió las cosas, generó un mundo más fraterno”.
Significa que la compañía y la compasión, hacen más llevadera la enfermedad. Es como un bálsamo que reconforta. Jamás se debe excluir o aislar al enfermo; ante la enfermedad, una pregunta que reconforta es ¿Para qué Señor quieres esta enfermedad? Consagrar la enfermedad a Cristo crucificado, es abrir una gran puerta de consuelo y de alegría.
Despojarse de la sensación de abandono
Cuando uno se enferma, tiende a aislarse, incluso se hace reacio a la ayuda de los demás. Esta actitud es fatal y puede traer consecuencias negativas ante esos episodios de enfermedad. Al respecto, el Papa afirma: “Puede suceder, entonces, que los demás nos abandonen, o que nos parezca que debemos abandonarlos, para no ser una carga para ellos. Así comienza la soledad, y nos envenena el sentimiento amargo de una injusticia, por el que incluso el Cielo parece cerrarse. De hecho, nos cuesta permanecer en paz con Dios, cuando se arruina nuestra relación con los demás y con nosotros mismos”.
La Iglesia es una comunidad solidaria que ora y acompaña, de ahí que la persona enferma, antes que sentirse abandona, debe descubrir que hay una comunidad que lo respalda con las plegarias por la salud y el bienestar.
El enfermo es un evangelizador y portador de esperanza
Con seguridad, alguna vez hemos escuchado: Cómo es de fuerte esa persona, proyecta tanta serenidad a pesar de la enfermedad; esa enfermedad debe ser muy dolorosa y, sin embargo, no se queja de nada… y otras por el estilo.
Cuando se asume la enfermedad desde la fe, el enfermo se convierte en un evangelizador que anima a otros y que ayuda tener una mirada diferente del dolor. Incluso, un sufrimiento extremo asociado al sufrimiento de Cristo, contribuye a perdonar los pecados de humanidad.

San Juan Pablo II en la Encíclica Salvifici Doloris, afirma: “Cuando este cuerpo está gravemente enfermo, totalmente inhábil y el hombre se siente como incapaz de vivir y de obrar, tanto más se ponen en evidencia la madurez interior y la grandeza espiritual, constituyendo una lección conmovedora para los hombres sanos y normales. Esta madurez interior y grandeza espiritual en el sufrimiento, ciertamente son fruto de una particular conversión y cooperación con la gracia del Redentor crucificado. Él mismo es quien actúa en medio de los sufrimientos humanos por medio de su Espíritu de Verdad, por medio del Espíritu Consolador”.
Emisora Mariana ha contribuido, durante varios años, a fortalecer la fe y la madurez espiritual de sus oyentes, al ser una radio que acompaña, que escucha y que, mediante la oración con el santo Rosario, da fortaleza y esperanza. También la Eucaristía de cada mañana, ha sido un motivo para hacer llegar el evangelio a todas las personas, especialmente a las que sufren y necesitan sentir la cercanía del amor y la misericordia de Dios.
Virgen María ¡Salud de los enfermos! Ruega por nosotros
Nuestra Señora de Lourdes !Ruega por nosotros!