Imagen tomada de infovaticana.com
“San Agustín, a través de sus escritos y enseñanzas, nos recuerda la importancia de buscar a Dios en nuestras vidas y encontrar la verdadera felicidad en Él” – San Juan Pablo II
Cada 28 de agosto, se celebra la solemnidad de san Agustín de Hipona, obispo, doctor y fundador en la Iglesia católica y, además, conocido como el padre de la civilización occidental.
Si bien es cierto que esta solemnidad la celebra en la Iglesia universal, no obstante, la Orden de San Agustín la festeja de una manera particular, hecho que se constituye en un momento especial de oración por toda la familia agustiniana, para agradecer a Dios por el don de la vida religiosa, a cada religioso por el servicio que ofrece a la Iglesia en diferentes lugares del mundo y también para orar por el incremento de las vocaciones sacerdotales y religiosas.
A propósito de la fiesta de san Agustín, es importante resaltar la relevancia de su pensamiento y su actualidad, recordando que, a lo largo de la historia, siempre ha tenido una palabra que decir a ese hombre que jamás se cansará de encontrarle un norte a su vida, mediante la búsqueda de esa Verdad “siempre antigua y siempre nueva”.
En la Exhortación Apostólica “Christus Vivit”, el Papa Francisco afirma: “No hay que arrepentirse de gastar la juventud siendo buenos, abriendo el corazón al Señor, viviendo de otra manera”, además asegura que, “amar a Cristo no quita la juventud, sino que la fortalece y la renueva”. Y pone como ejemplo a San Agustín, “quien en Las Confesiones se lamenta de su juventud alejada de Dios: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva! ¡Tarde te amé!»”.
Con seguridad que algunos se preguntarán, y… ¿Cuáles son los aspectos que debemos resaltar de san Agustín para nuestra época? Aquí les presentamos 4 claves:
El valor de la interioridad
El santo de Hipona, enfatizó la importancia de mirar hacia adentro y examinar nuestros propios corazones: “No quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad; y si hallares que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo, mas no olvides que, al remontarte sobre las cimas de tu ser, te elevas sobre tu alma, dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos allí donde la luz de la razón se enciende…” (VR 39,72).
Ante la oferta de supuestas terapias y caminos de interioridad, la mejor y única alternativa, según el pensamiento de san Agustín, es hacer “turismo interior”: “Dentro tendré la caridad; no estará en la superficie; en lo más íntimo del corazón estará lo que amo. Nada hay más interior que nuestra medula” (Confesiones 65,20).
Encontrar la armonía entre fe y razón
San Agustín consideraba que la fe no debía estar divorciada de la inteligencia humana, sino que ambas podían coexistir y enriquecerse mutuamente. La búsqueda intelectual y la reflexión profunda pueden conducir a una comprensión más profunda de Dios y sus misterios. La fe, respaldada por una razón bien formada, puede fortalecer la relación con lo divino. Afirmaba san Agustín: “El nos libre de pensar que nuestra fe nos incita a no aceptar ni buscar la razón, pues no podríamos ni aun creer si no tuviésemos almas racionales” (Carta 120, 1,1).
Frente a un mundo que busca razones y cree únicamente en evidencias, la fe es el mejor de los caminos.

Confesión y alabanza permanente
La confesión en el pensamiento de San Agustín va más allá de admitir simplemente los pecados; la confesión se constituyó en un proceso de reconocimiento de la propia necesidad de redención y de volverse hacia Dios en busca de sanación y conversión. Mediante la confesión y la penitencia, se puede experimentar la gracia sanadora y liberadora de Dios, lo que lleva a una profunda conversión del corazón: “Con todo, quiere alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación. Tú mismo le estimulas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti” (Confesiones, I,1).
Frente a la autosuficiencia y la reafirmación del yo, la confesión y la alabanza son un gran tesoro.
Amor y deseo
San Agustín estaba convencido de que el corazón humano está en constante búsqueda de algo que lo llene y que solo puede encontrar satisfacción en Dios. Él mismo, en su vida, fomentó un amor apasionado por Dios y un deseo ardiente de unión con Él.
Para encontrar a Dios al estilo de San Agustín, es crucial cultivar un amor profundo y sincero hacia lo divino, permitiendo que este amor guíe todos los aspectos de la existencia humana. En algunos de sus escritos, afirma: “El deseo es el seno del corazón. Poseeremos a Dios si dilatamos el deseo cuanto nos fuere posible”, “la raíz se halla profundamente afianzada en tierra; en donde está nuestra raíz, allí está nuestra vida, allí está nuestro amor”.
En un mundo que nos bombardea con permanente información y nos impulsa a ser contempladores de nosotros mismos, el amor y el deseo de trascendencia, son la única alternativa para llenar la vida plenamente y encontrar la felicidad.

Deseo finalizar este artículo con parte de la oración de san Juan Pablo II, se dirigió a san Agustín:
“Muchos de nuestros contemporáneos parecen haber perdido la esperanza de poder encontrar, entre las numerosas ideologías opuestas, la verdad, de la que, a pesar de todo, sienten una profunda nostalgia en lo más íntimo de su ser.
Enséñales a no dejar nunca de buscarla con la certeza de que, al final, su esfuerzo obtendrá como premio el encuentro, que los saciará, con la Verdad suprema, fuente de toda verdad creada.
Haz que, caminando juntos bajo la guía de los pastores legítimos, lleguemos a la gloria de la patria celestial donde, con todos los bienaventurados, podremos unirnos al cántico nuevo del aleluya sin fin. Amén”.